lunes, agosto 15, 2022

Una voz que se disuelve

 Una voz que se disuelve entre los graves y los compases.

Una llamada a la cordura en medio de una trinchera. Otra voz que sí suena y que implacable revienta el campamento como una granada.

Una mirada distraída que ignora la catástrofe. Y un comentario sobre la climatología del lugar.

Que no quiero hablar del tiempo. Que la única nube que me importa es la que tenemos encima y no se va con la brisa.

Una nube que  deja pasar rayos de sol de vez en cuando, nos calienta y nos deja pensar que ya no volverá... y vuelve.

Miedo a decir que, en realidad, no estamos tan cómodos cuando nos azota el viento cargado de pequeños granos de arena que se cuela por todos lados, en los ojos, bajo la ropa, en la boca, arena que no se quita aunque la sacudas. Miedo a que lance otra granada como respuesta y que reviente... que mire con desinterés lo poco que ha quedado del campamento.

Una voz que se disuelve con la indiferencia de quien la escucha. Como quien pone en mute la radio para aparcar.

Un reclamo sin feedback. Unas ganas gritadas sin receptor que las recoja. La frustración de hablar sin voz.

Es recibir lo que no se ha pedido, antes de recibir lo que se ha suplicado. Ser agradecida y quedar a la espera porque...  ya llegará.

Son las prioridades que se olvidan y se dejan para cuando estemos mejor... ¿mejor que qué?

Dispersar la atención hundiendo su nariz en mi cuello. Susurrando todo lo que está bien. Tapando los pedazos que quedan del campamento con una lona gruesa... O con una sábana fina que termina enredándose a los pies de la cama. Una cama que ni siquiera nos pertenece.

Si no lo ves no está pasando.

Pero no se puede tapar el tiempo. Las horas mirando al techo con los monstruos acechando desde la puerta, en la oscuridad. Agazapados esperando para dar la bofetada cuando menos te lo esperas.

No se puede parar el reloj; y aunque intentes taparlo... sigue sonando el minutero.